Nueve y media de la noche, vísperas del comienzo de la primavera.
Entro a la sala con la pantalla aún en blanco, preparándome mentalmente para la oscuridad y lo desconocido. Me sorprende que haya bastante gente, y me pregunto si sabrán en lo que se están metiendo…
Una banda de chicos y chicas de alrededor de 18 años se sienta a mi derecha, masticando crujientes nachos bochincheramente. Les doy quince minutos como máximo. Empieza la peli y las primeras imágenes ya me perturban. Ese sonido estático que satura los lugares vacíos y oscuros que nuestra consciencia no reconoce en un primer momento, lugares que nos serán comunes y corrientes en el futuro, quizás, o lugares que transitamos fugazmente en la infancia.
Los chicos, decepcionados, realizan comentarios poco felices sobre la película, inquietos, riendo nerviosamente como se ríe uno cuando no entiende qué está pasando, retorciéndose en sus asientos. No los culpo. Seguramente es la primera película de David Lynch que ven, y lo último que se esperaban al elegir al azar qué ver era un cuarto con tres personas con cabeza de conejo en un living. Me desconcentran, y los perdono. No me creo superior por ser fanática (masoquista me parece más apropiado) de Lynch, pero deseo que se vayan de una vez así puedo relajarme y disfrutar. Mi deseo se cumple.
A medida que pasan los minutos, la sensación de pesadilla se intensifica. Aparecen los clásicos: las lámparas con la luz que no deja de pulsar, las personas que se convierten en otras personas, la mezcla de pasado, presente y futuro, la pérdida de la inocencia, la distorsión facial. Todo bien, me lo banco. Pienso “voy bien”, en comparación a la última vez que el cine me lynchó (cuando ví Mulholland Drive me pasé toda la película temblando, sí, no exagero, temblaba como si estuviera en el polo). Hasta que llega –después de un tiempo tan largo que si me preguntaban qué hora era hubiese arriesgado las 4 de la mañana- el clímax. No recuerdo exactamente la imagen disparadora, supongo alguna del para-ese-entonces casi irreconocible rostro de Laura Dern, pero empiezan los chuchos. Puteo a David (lo menos que puedo hacer es tutearlo, después de permitirle penetrar de esta manera mis fibras más íntimas). ¿Cómo hace este hijo de puta para causar semejante catarata química en mi conmocionado cerebro?
Mi novio trata en vano de volver a sentir su mano, la cual apreté al unísono de los gritos de las chicas (boys don´t scream). Los títulos corren al ritmo de un soul coreografiado intercalado por las sonrisas de Laura y Laura (como broche de oro aparece Laura Harring, la morocha de Mulholland Drive). La pantalla vuelve a palidecer, las luces se encienden y me alegra ver que no somos los únicos sobrevivientes… aunque no me atrevo a ver los rostros de mis pares -a decir verdad, no me atrevo a verle el rostro a nadie que se cruce camino a casa-. Me voy a dormir haciendo fuerza para no tener otra pesadilla.
+ Natalia Haller
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